jueves, 26 de abril de 2012

Soledad

Las horas pasan sin sentido tras la amarillenta ventana de Andrés, envejecida por el cálido aire nacido entre las espigas.


Las cigüeñas muelen las nubes del azul cielo de verano.


Los vilanos huyen imitando a las golondrinas, que presas por el miedo a su fragilidad, se esconden en las cuevas que hacen brillar su corazón.


El viento sortea los faroles, que pronto crearán un eterno anochecer.

Todo es idílico y tranquilo.

 A lo lejos se oyen silbidos de mariposas atardecientes, ocultas bajo el reflejo de la turbia tormenta de hoguera.

Las ventanas se rompen, bailando al son de la mirada que el niño envía a un infinito.

Pero los vidrios caen, rasgando la tela que narra unos sueños ya olvidados.